Aunque el turismo es una industria vital para muchas economías, existen lugares en el mundo donde la presencia de visitantes no es deseada, ya sea por razones culturales, medioambientales, políticas o simplemente por una abrumadora sobrecarga turística. En estos destinos, la llegada masiva de forasteros puede perturbar la vida local, degradar el entorno natural o cultural, o generar tensiones entre residentes y visitantes.
No se trata de lugares donde los turistas están explícitamente prohibidos en su totalidad (aunque algunos pueden tener restricciones), sino de destinos donde la actitud predominante de la población local, o las circunstancias particulares del lugar, generan una sensación palpable de incomodidad o rechazo hacia los viajeros.
Es fundamental que los turistas sean conscientes de estos sentimientos y actúen con respeto, o consideren evitar completamente estos lugares para preservar su autenticidad y el bienestar de sus habitantes.
A continuación, exploramos cinco destinos donde los turistas pueden no ser bienvenidos, o donde la experiencia se ve ensombrecida por un sentimiento generalizado de hartazgo.
1. Venecia, Italia
Venecia es un caso paradigmático de sobreturismo, donde la afluencia masiva de visitantes ha transformado la vida de sus residentes hasta un punto crítico. La ciudad, con sus canales y su arquitectura histórica, es indudablemente hermosa, pero la cantidad de turistas (especialmente los de cruceros que llegan por el día) supera con creces la capacidad de su infraestructura y la paciencia de sus habitantes.
Los venecianos han visto cómo los precios de la vivienda se disparan, los negocios tradicionales son reemplazados por tiendas de souvenirs, y las calles y puentes se vuelven intransitables. La vida local se ha vuelto insostenible para muchos, lo que ha provocado una disminución drástica de la población residente.
Las protestas son comunes y la frustración es palpable. Aunque el turismo es su principal motor económico, muchos venecianos sienten que la ciudad está siendo «devorada» por los visitantes, perdiendo su alma en el proceso. Las nuevas regulaciones y tasas de entrada son un intento desesperado por gestionar este problema, pero el sentimiento subyacente de «turista, vete a casa» es muy real.
2. Boracay, Filipinas
La isla de Boracay en Filipinas es un ejemplo claro de cómo un paraíso natural puede ser amado hasta la destrucción por el turismo masivo. Conocida por sus impresionantes playas de arena blanca y aguas cristalinas, la isla se convirtió en un imán para millones de turistas, lo que llevó a un desarrollo incontrolado y una grave degradación ambiental.
Las infraestructuras de alcantarillado colapsaron, las aguas se contaminaron y los ecosistemas marinos sufrieron daños irreparables. El gobierno filipino se vio obligado a cerrar la isla por completo durante seis meses en 2018 para una rehabilitación masiva.
Aunque Boracay ha reabierto con estrictas regulaciones sobre el número de visitantes, la construcción y las actividades turísticas, el daño ya está hecho en la percepción de los locales. La isla ahora busca un tipo de turismo más sostenible, pero muchos residentes siguen resentidos por la época del turismo desenfrenado que casi destruye su hogar. La bienvenida ahora viene con una advertencia: respeta la isla o la perderás de nuevo.
3. Ámsterdam, Países Bajos
Ámsterdam, famosa por sus canales, sus casas inclinadas y su cultura liberal, es otro destino que lucha contra el exceso de turismo. La capital neerlandesa, relativamente pequeña, ha visto cómo sus barrios históricos se inundan de turistas, especialmente de aquellos que buscan sus famosos «coffee shops» y el Barrio Rojo. Esto ha provocado un aumento en los precios de alquiler, la gentrificación y una pérdida de la autenticidad local.
Los residentes se quejan del ruido, la suciedad y el comportamiento irrespetuoso de algunos visitantes. El ayuntamiento ha implementado campañas para disuadir a ciertos tipos de turistas (especialmente a los jóvenes que vienen de fiesta) y ha impuesto restricciones a los Airbnb y a las tiendas de souvenirs.
Aunque no hay un rechazo generalizado a todos los turistas, hay un deseo claro de un turismo de mayor calidad y más respetuoso. La ciudad está enviando un mensaje claro: ven a disfrutar de nuestra cultura, pero no vengas a destruirla con tus excesos.
4. Barcelona, España
Barcelona ha experimentado una explosión turística en las últimas décadas, convirtiéndose en una de las ciudades más visitadas de Europa. Sin embargo, este éxito ha traído consigo un fuerte sentimiento de «turismofobia» entre sus habitantes. Los residentes se quejan de la masificación en lugares emblemáticos como Las Ramblas o el Parque Güell, el aumento de los precios de los alquileres debido a la proliferación de pisos turísticos, y la alteración de la vida de barrio.
Las manifestaciones contra el turismo son habituales, con pancartas que proclaman «Tourists go home» o «Stop Mass Tourism». La sensación es que la ciudad ya no pertenece a sus ciudadanos, sino que ha sido vendida a la industria turística. Los esfuerzos del ayuntamiento por regular la actividad turística y descentralizar las visitas no han logrado aplacar del todo el descontento.
Los visitantes que llegan a Barcelona deben ser conscientes de esta tensión y esforzarse por ser viajeros respetuosos, buscando experiencias auténticas fuera de los circuitos más masificados y apoyando a los negocios locales.
5. Bali, Indonesia
Bali, la «Isla de los Dioses», es un paraíso tropical que ha sido durante mucho tiempo un refugio para surfistas, yoguis y buscadores de espiritualidad. Sin embargo, el rápido aumento del turismo en los últimos años ha llevado a una serie de problemas que han generado resentimiento entre la población local.
La contaminación plástica, la gestión inadecuada de residuos, el tráfico incesante y el estrés sobre los recursos naturales (especialmente el agua) son solo algunos de los desafíos ambientales. Culturalmente, algunos turistas han mostrado una falta de respeto hacia las tradiciones y lugares sagrados balineses, vistiéndose de forma inapropiada o comportándose de manera irreverente.
Esto ha llevado a que las autoridades consideren imponer reglas más estrictas y multas para los turistas que no respeten la cultura local. Aunque la economía de Bali depende en gran medida del turismo, muchos balineses sienten que el alma de su isla está siendo erosionada por la afluencia masiva y el comportamiento irrespetuoso de algunos visitantes. El deseo es un turismo que coexista en armonía con la cultura y el medio ambiente, no uno que los domine.
Yuniet Blanco Salas